El Carnaval Rebelde. Por Fran Andújar
Lo que hoy conocemos como Carnaval fue en sus orígenes la costumbre que se celebraba antes de la Cuaresma, el período cristiano que obligaba a no comer carne y mantener un estilo de vida austero. Para prepararse, el pueblo hacía todo lo contrario: se procuraba comer mucha carne y se entregaba a cierto desenfreno, permitido por las autoridades en una actitud quizás algo paternalista. En su famosa obra, Mijail Batjin muestra numerosos ejemplos del Carnaval medieval, que nos da una idea de cierta irreverencia, negación de la mentalidad dominante (afirmando el cuerpo sobre el alma), y hasta cierta dosis de anticlericalismo. No solo se veían disfraces y máscaras para evitar venganzas posteriores, sino también ciertos juegos consistentes, por ejemplo, en dar garrotazos a «símbolos» de la autoridad (encarnado por alguien seleccionado y disfrazado para el caso, lo que muestra que el sentido metafórico no estaba muy desarrollado), o ridiculizar al clero con disfraces y actuaciones obscenas. El trasfondo de todo era dar la vuelta a toda la vida cotidiana de la Edad Media, y se mostraba entonces un mundo material, sucio, obsceno y lleno de tripas, pero también divertido, alegre y vital. En plena dominación religiosa, se afirmaba la superioridad de la Tierra sobre el Cielo. Entonces, el Carnaval era la principal encarnación de la rebeldía y de la libertad. Pero estaba encadenada al calendario y a la general aceptación de ser un juego para el desahogo. Pero, como vemos en numerosos ejemplos de la literatura, estuvo siempre presente como potencial chispa de rebeldía y deseo de libertad en el espíritu de las personas. No fueron pocos los autores que, haciendo gala de mostrar al hombre culto las verdaderas costumbres populares y del ser de la vulgar canalla, se hicieron eco del espíritu del Carnaval: el Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, la Locura de Erasmo o incluso el Quijote de Cervantes. En aquellos tiempos terribles, la Libertad encontraba sus huecos para gritar.
Pese a su supuesta inocencia, el Carnaval, que seguramente estaba extendido por casi toda Europa, se fue prohibiendo a partir del siglo XVI, cuando la descentralizada y precaria sociedad medieval se ve dominaba por una serie de nuevos reinos e imperios centralizadores y autoritarios, que empiezan a temer lo que suponía simbólicamente el Carnaval, que desafiaba a la propia Iglesia, que empezó a entender que era una fiesta con claras raíces paganas. La vida y materialidad que afirma el Carnaval dibuja el mundo como en constante cambio y regeneración, y así pasó con el propio Carnaval, que fue evolucionando con el tiempo. Aunque, ciertamente, cada vez de una manera más domesticada. El propio Bajtin señala que el siglo XIX romantiza y domestica esta rebeldía para darle un carácter más folclórico, sensual y colorido. Las palizas y burlas obscenas se ven eclipsadas por bailes, máscaras y disfraces, todos ellos elementos ya existentes, pero secundarios, que pasan a tener un papel prioritario. Con todo, aunque muy remotamente, el Carnaval siempre ha mantenido un hilo de esa bárbara rebeldía que encarnaba casi literalmente.
En España el Carnaval también tuvo mucha fuerza y quizás su espíritu más genuino lo encontramos en Cádiz, donde no pocos autores (Alberto Ramos Santana, Adrián López, Felipe Barbosa, Ubaldo Cuadrado, Ramón Solís, David Monthiel…) han relatado su historia y evolución, llena también de caracteres obscenos e irreverentes. Quizás donde mejor lo comprobamos son en las letras de sus coplas y chirigotas, que se dan absolutas licencias para sus expresiones, burlas y opiniones. No en vano, en los años treinta, cuando España vivía un período de agitación política popular, podemos encontrar letras muy radicales, con numerosas referencias al anarquismo y a la CNT. Santiago Moreno Tello escribió un interesantísimo libro al respecto, rescatando casi la totalidad de las letras conservadas en las celebraciones que se realizaron durante el período republicano. Así por ejemplo, con el «Discurso de Pepete», un derechista del Partido Agrario, copado de terratenientes y propietarios rurales:
«Señoras y caballeros:
escuchad aquí al agrario
porque antes de ser cocinero
también ha sido boticario.
A mi me dicen cavernícola;
si me dijeran tabernícola,
tragaría lo de taberna.
Nuestro bloque o sea el agrario,
no es un bloque de cemento,
porque los bloques del agro
sólo se hacen de pimiento.
Quiere el obrero del campo
quitarnos la agricultura,
pero nosotros sabemos
que entre col y col, lechuga,
y me dicen santurrón
por mis misas y mis rosarios,
ignoran que Rosariyo
es sobrina de un notario.
No hablarme de C.N.T.,
y para mi es un sinapismo
el decirme que se acerca
la hora del comunismo.
Hermanitos, la oración
es pan espiritual,
pero las roscas de Castro,
señores, ese sí que es pan.
Ahora le ha dado al obrero
el declararnos la guerra,
y escriben en los papeles
y hasta escriben en la tierra.
No puedo llamarlos esclavos
y quieren las ocho horas,
y alturas de tenedores
el cabo de las espiochas.
Señores agrarios, el papel de carcas
nosotros debemos de hacer triunfar
y nuestro triunfo será repetido,
porque así lo exige el papel de calcar.
Recemos, recemos por el campesino,
por el obrero y por el menestral,
y que nuestra iglesia sea dueña y señora,
por siempre, hermano: seculan, seculan.
Que la iglesia católica y apostólica
triunfe de toda idea pagana,
porque, hermano, es una razón de peso
decir que la iglesia también es romana.
Agnus dei quitelle pecato di mundi,
porque chibateo yo algo el latín,
rebanitis tiernitis, papitis muy fritis,
macanudi tori el barrenderin.
Aprestemonos, hermanos,
a guardar nuestros dineros
por si hay que hacer una jira
a nuestra Villa Cisneros.
Porque allí hay unas negras
que sólo por pocas perras
hacen no sé cuantas cosas
y pasaremos las negras.
Yo, que del agro soy,
por eso defiendo al agro,
y si yo al agro defiendo
es porque importo algo.
He dicho.»
El franquismo intentó prohibir o, al menos, limitar el Carnaval, especialmente en Cádiz. Pero también en otras muchas zonas, como la Sierra de Baza, donde se persiguió el uso de máscaras. Orden que se desafiaba en casi todos los rincones de las pequeñísimas localidades de esta zona. Y en verdad, tanto ocurría a lo largo y ancho de España donde el Carnaval había logrado sobrevivir de alguna manera.
Hoy, hay en Cádiz un Carnaval oficial en Cádiz, ciertamente con gran fuerza y rebeldía. Todos recordamos ciertas coplas, ya míticas, como aquellas por la lucha de Astilleros. Pero tras las fiestas, hay un «carnaval chico», callejero y con grados de irreverencia muy superiores. Menos copada por las visitas, grupillos deambulan disfrazados y cantando sus temas, libres de todo control o supervisión. Mientras, en otros lugares de todo el mundo, el Carnaval aún guarda resquicios de ese amor a la libertad y a la rebeldía. A veces, las autoridades tienen que reprimir por «descontrolarse» demasiado en los días del Carnaval, como recordamos en lo que ocurrió en Madrid con los Títeres desde Abajo.
Ahora, se acerca esta fiesta y es un deber para el anarquismo y la CNT recordar los orígenes del Carnaval y reivindicar su cara más rebelde, popular, irreverente y libertario.